The Seven Artifacts of Lorde
Hay videos que uno empieza viendo por curiosidad… y termina con esa sensación de haber sido tocado por algo simple pero certero y simplemente empiezas a mover la cabeza de arriba a abajo asintiendo sabiendo que es algo que has pensado mucho pero por alguna razón no lo habías consentido hasta ese momento. Y la entrevista que hizo Lorde con Rolling Stone, donde comparte siete artefactos que marcaron la creación de su nuevo disco, no es la típica promo: es más bien una especie de diario visual, una conversación con objetos que no hablan pero lo dicen todo.
Y mientras la veía, no podía dejar de pensar en lo cotidiano y humano que es esto.
En cómo todos, sin saberlo, mostramos nuestros propios artefactos cada día: cuando alguien entra a nuestra casa y ve ese adorno raro que nadie entiende pero no botamos, cuando usamos la misma ropa vieja porque nos “acompaña”, cuando tenemos la costumbre de llevar cierto objeto en la mochila sin que tenga una razón lógica.
Y es que basta con que alguien como Lorde lo ponga en cámara para que notemos que esa es, precisamente, la vida.
Que las cosas que nos rodean no son un fondo ni una escenografía: son parte del guion.
Y que madurar, en el fondo, es empezar a entender eso.
Que no solo somos lo que sentimos, sino también lo que tocamos, lo que guardamos, lo que dejamos a la vista sin querer.
Y quizás lo más importante: que todo eso que nos rodea —lo que elegimos conservar, lo que nos acompaña sin pedir permiso— puede ser la semilla de lo que estamos por crear.
Y es que, a veces una canción nace de un perfume.
A veces un disco empieza con una postal vieja.
Y a veces, lo que creemos insignificante… se convierte en arte.
Hay cosas que nos acompañan en silencio.
Cosas que no hablan, pero dicen más de nosotros que muchas palabras. Un encendedor que ya no enciende pero que no tiramos. Una taza con una grieta que seguimos usando. Un llavero que vino de otro país o de otra vida. No siempre sabemos por qué los conservamos, pero ahí están.
Es fácil pensar que los objetos son solo eso: objetos.
Cosas útiles, cosas estéticas, cosas que “ya no sirven”. Pero cuando uno empieza a prestar atención —de verdad, atención—, se da cuenta de que algunos están cargados de algo más. Llevan memoria, intención, cicatrices. Llevan momentos atrapados.
Y en algún punto, sin darnos cuenta, se vuelven símbolos.
Un pañuelo viejo puede ser un escudo emocional.
Una foto mal tomada puede ser el último recuerdo nítido de alguien.
Un perfume puede ser una cápsula del tiempo, una escena congelada en olor.
Los objetos son como cápsulas que resguardan fragmentos de nuestra historia, y muchas veces es en ellos donde se enciende la chispa de una idea. Porque antes de escribir, pintar, grabar o componer, muchas veces simplemente vemos.
Vemos algo.
Sentimos algo.
Y eso basta.
Ahí está la raíz de muchos procesos creativos: en ese momento casi imperceptible en el que algo cotidiano —una mancha, una nota olvidada, un trapo viejo— despierta algo dentro de nosotros.
Y cuando eso pasa, el objeto deja de ser cosa para convertirse en símbolo.
En llave.
En portal.
Madurar, a veces, es entender eso.
Entender que no todo lo que inspira tiene que ser extraordinario, ni ajeno, ni lejano. Que el arte no siempre nace del dolor ni del éxtasis: muchas veces nace del entorno.
Del mundo en miniatura que armamos sin querer y que habla por nosotros.
En la entrevista, Lorde no muestra instrumentos ni partituras. Muestra objetos. Siete artefactos que, según ella, fueron esenciales para crear el universo de su nuevo disco. Y hay algo profundamente poético en eso. Porque no son cosas “artísticas” en el sentido tradicional. No hay nada glorioso en una botella de agua, ni en una cinta adhesiva. Pero ahí está el punto.
Empieza con su botella reutilizable. La enseña como quien enseña una extensión del cuerpo. Dice que la lleva a todas partes, que es su cable a tierra. Que la hidrata, sí, pero también la enfoca. Que tenerla cerca le recuerda que está viva, presente.
Después saca un paquete de chicles 5 Gum. “Esto era lo más cool que podías tener en el colegio”, dice riéndose. Y ahí entendí que no se trata solo de chicles. Es una cápsula de tiempo. Una forma de volver a ser esa adolescente de Nueva Zelanda que empezaba a construir su mundo interior sin saber que un día lo convertiría en música.
Luego muestra un rollo de cinta adhesiva T-Rex. Que a mi parecer es un excelente toque y me mostró ese lado funny de Lorde que en verdad no conocía. Porque no es solo para pegar cosas: lo usó para sostener la suela de su zapato, literalmente. Y ahí suelta una frase hermosa, como al pasar:
“Eso es lo que hacemos con el arte. Con nuestras vidas. Unimos lo que se está despegando.”
Y si. Esa frase me atravesó. Porque ¿cuántas veces uno hace eso? Une lo que se está cayendo con lo que tiene a la mano. Con canciones, con recuerdos, con cualquier cosa que mantenga todo medianamente en pie.
Y al final una caja con papeles sueltos, escritos a mano, ideas que vinieron y se quedaron ahí, esperando nacer del todo. Esa caja, para mí, no es un archivo: es un jardín en pausa.
Lo que más me impresionó no fue que cada objeto tuviera un “por qué”, sino cómo ella los decía.
Sin adornos.
Como si hablara de amigos.
Como si fueran parte de su piel.
Después de ver a Lorde mostrar esos objetos con tanta honestidad, no pude evitar mirar a mi alrededor.
Y entonces empecé a verlos: ese llavero que no uso pero nunca saco de la bolsa.
El chapstick muy dulce que mami me regalo,
La servilleta con algo escrito por alguien que ya no está, un perfume que me pongo cuando necesito volver a mí.
No son importantes para nadie más.
Pero para mí… son parte del mapa que me recuerda por dónde he caminado.
A veces uno guarda cosas sin saber por qué.
Y luego, en algún momento, entiende.
No es solo apego.
Es que esos objetos, por mínimos que parezcan, nos ayudaron a sostenernos.
A recordar quién éramos cuando todavía no sabíamos quién queríamos ser.
Y si lo pensamos bien, ¿cuántas veces lo que creamos nace de ahí?
De lo que tocamos, de lo que usamos, de lo que conservamos sin razón aparente.
Una canción que empieza por una postal.
Un poema que nace porque una piedra te recordó algo.
Un disco entero que crece desde una botella de agua.
Así que si estás buscando inspiración —esa palabra tan grande que a veces parece inalcanzable—,
quizás no esté en otro lugar.
Quizás esté en tu cuarto.
En tu escritorio.
En tu bolso.
Esperando que lo mires con otros ojos.
La bio de Instagram de Lorde dice:
“The themes are always the same — a return to innocence — the mysteries of the blood — an itch for the transcendental.”
Y no puede haber mejor forma de cerrar esto. Porque, en el fondo, de eso se trata también todo lo que guardamos.
De volver.
Volver a lo que éramos cuando no sabíamos que el mundo era tan ruidoso.
Volver a la raíz, al instinto, a lo que nos sostiene sin que lo sepamos.
Los artefactos que llevamos con nosotros no son piezas decorativas.
Son anclas.
Son puertas.
Y a veces, son mapas hacia una parte nuestra que estaba callada, esperando.
Madurar es entender que crear no siempre empieza desde cero.
Que muchas veces empieza desde lo que ya está: una cinta vieja, una botella gastada, un papelito escrito con la letra de alguien que amamos.
Y en medio de todo eso, hay una chispa.
Una especie de deseo inexplicable —esa picazón por lo trascendental— que nos empuja a convertir lo íntimo en algo compartido.
Tal vez no lo sepamos del todo, pero lo que guardamos también nos escribe.
Y si prestamos atención, si nos dejamos llevar por lo mínimo… podemos empezar a crear desde ahí.
Desde lo que ya nos está hablando bajito.
No pudo haber sido puesto en mejores palabras.
Los objetos cargan con muchas cosas que uno no nota hasta que volteas a verlos, pero a verlos de verdad.
Hace un par de años me tuve que mudar y lo más difícil para mí era decidir con que me quedaba y que dejaba.
Algunas cosas simples como dejar un bolso viejo y remendado atrás puede hacerte sentir como si estuvieras abandonando a una persona muy amada.
Y otras cosas con las que casi no puedes vivir porque cargan muchos momentos de felicidad que tan solo mirarlas te hacen sonreír sin que te des cuenta.
Es impresionante cómo algo tan cotidiano se vuelve esencial para el proceso creativo de un artista. Esto me hace pensar en el valor de las cosas que por insignificantes que parezcan son parte de mí, un cuaderno donde guardo flores disecadas, entradas de conciertos, brazaletes de festivales... Todos tratando de conservar un momento en el tiempo...